Mi destino en Los Roques
Los Roques es un destino costoso, muy costoso, razón por la cual tener la oportunidad de ir con mi corto poder adquisitivo es un hecho fortuito que sucede solo una vez en la vida. Mi recomendación es que contemples en tu presupuesto por sobre los 1.300 dólares por pareja para disfrutarlo a plenitud.
Dicho esto, te quiero contar que nuestro viaje fue un poco accidentado. Todo el estrés comenzó cuando la aerolínea nos solicitó la prueba de la COVID-19 negativa (PCR o PDR) como requisito de viaje, con máximo 48 horas de antelación. El laboratorio nos realizó la PCR de proteína C reactiva, en lugar de la PCR de reacción de polimerasa en cadena –para detectar el coronavirus–, con lo cual quedamos sin margen de maniobra para hacernos un nuevo examen.
También un par de días antes un tercero anuló mi tarjeta de débito, razón por la cual no puedo mover libremente el dinero en mi cuenta bancaria aún. Esto se sumaba a la ansiedad característica que da la víspera de un viaje.
El 15 de enero a las 5:00 a.m. emprendimos nuestra ruta hacia el aeropuerto auxiliar de Maiquetía, pero como se trataba de un vuelo de Fly To Los Roques charteado con Conviasa, tuvimos que devolvernos hacia el aeropuerto nacional, esto acompañadas de un trabajador del lugar. Igual, caminar con el sol oculto es de las cosas que más me gusta hacer en la vida.
Al llegar debes pagar una tasa de entrada al parque de $5 por persona, y presentar tu prueba de COVID. Nos recibió el staff de la posada La Langosta, la cual quedaba a unos cuantos metros. Súper serviciales.
El paquete incluyó comidas muy ricas y traslado a los cayos más cercanos. Debes prever que la habitación no cuenta con televisión propia, ni wi-fi, llave o agua caliente, y que la posada es austera.
Ese mismo día, después de desempacar y bañarnos, salimos en una lancha rumbo al cayo Madrisquí. Nos dieron sillas, sombrilla, y una cava con agua, jugos, ensalada de frutas y arroz a la marinera. Algo que debes saber es que la alimentación en Los Roques se basa casi exclusivamente en pescado y frutos del mar. También compramos en la playa una ración de deliciosos tostones por $10.
Llegamos al paraíso, pero aquello me recordaba tanto a Morrocoy que me pareció que ya lo había visto antes. Por alguna razón no estaba tan encantada con el viaje, y me sentía culpable por no estar disfrutando, a pesar de todos sus buenos deseos que me dejaron en Instagram. Pensaba que, de alguna forma, cualquiera querría estar en mi lugar, y yo no estaba conforme con ello.
El cielo de Los Roques es el más bello de todos |
De regreso a la posada, dimos un paseo nocturno acompañadas del señor José. Nos contó que El Gran Roque, la única isla habitada del archipiélago, tiene unos 3.000 pobladores, la mayoría proviene de otras ciudades del país. Caminamos bajo la luz de las estrellas y la luna en creciente, mientras otros turistas cenaban con el sonido de las olas.
La vida nocturna se veía bastante movida. La gente en Los Roques es realmente guapa y cálida (en su mayoría). Nos aseguraron que en ese oasis no existía la delincuencia. Sin embargo, sigue estando dentro de Venezuela, por lo que igualmente sufre escasez de agua, gasolina, gas y cortes de luz. La comida llega a la isla una vez por semana en barco.
El segundo día amaneció nublado, mientras mi mamá se sintió mal. Fuimos a un centro de salud y le entregaron unas pastillas con las que se mejoró. Cuando decidimos ir a la playa a las 12 p.m., ya no había lancha que nos quisiera llevar: habíamos “perdido" nuestro día en el cayo.
Entonces aprovechamos para conocer el pueblo y caminamos hacia el muelle de pescadores. De igual forma, al país no lo hace su paisaje, sino su gente. Almorzamos un plato sencillo pero riquísimo en el restaurante Bora La Mar, que tuvimos que compartir para dos personas (uno solo costaba $25, dos serían $50, impagables para nosotras) y nos sentamos a ver pasar la tarde. Entramos a la iglesia del pueblo para agradecer este momento y pedir que nuestra aventura mejorara. Todavía quedaba un día más, nuestro vuelo saldría a las 5:00 p.m. y podríamos pasar un largo rato en la playa antes de partir.
Recordamos que al día siguiente debíamos irnos, pero no teníamos señal en el teléfono para hacer el pagomóvil al taxi que nos recogería en el aeropuerto. Luego en la tarde llegaron dos representantes de la aerolínea a notificarnos que nuestro vuelo se había adelantado a las 3:00 p.m. “Entonces, ¿no nos da tiempo de ir a la playa?" pregunté. “Sí, pero debes estar en el aeropuerto a la 1:00. p.m. para hacer el chequeo. Tienes que regresar a las 12". Aquello fue una mala noticia para mí.
Merendamos unas miniempanadas buenísimas con salsa rosada y un café, también riquísimo, con coffee matte. En la tarde salimos a caminar hasta el aeropuerto buscando señal, que no encontramos. Tuvimos la dicha de ver la puesta de sol degustando una deliciosa caipiroska en el bar de Play Los Roques.
La noche fue un momento para reflexionar. Mi mamá dejó todo en manos de Dios, yo aprendí a soltar. Nada hasta ese punto tenía sentido, pero no podíamos recoger el tiempo perdido, solo nos quedaba disfrutar lo que restaba de travesía.
Cenamos un ceviche, un filete de pescado muy carnoso y postre, en el porche de la posada. Salir de noche es una de las cosas que más añoro hacer en Caracas.
Pero mañana fue otro día, y todo mejoró del cielo a la Tierra. Nos llegó señal y aseguramos el taxi de regreso; salimos a las 9:30 a.m. en lancha nuevamente a Madrisquí, porque era lo que había. Desembarcamos al otro lado de la playa junto a unos agradables vecinos, y comenzó la magia.
La isla acá estaba más serena. La arena en Los Roques es fría, el sol es fuerte, pero bajo la sombra hace frío también. Me sorprendió cuán importante es para los pobladores usar protector solar, algo que no tenemos tan internalizado en Caracas.
A media mañana caminamos hacia la punta del cayo, en donde se encuentran aguas tranquilas, turquesas y cristalinas, con un oleaje bravío en aguas profundas. Los pelícanos estaban tan cerca que se podrían tocar. Había una energía tan limpia en ese lugar... yo había perdido un boleto de avión a Santiago de Chile, pero nuestro destino era estar allí.
Los lancheros llegaron a la 1:00 p.m. para llevarnos a la posada; empacamos, almorzamos, y ya eran más de las 2. Una representante de la aerolínea nos avisó que estaban esperando por nosotras para el embarque, así que nos fuimos a las carreras, y sin decirles al personal cuán agradecidas estábamos de sus atenciones.
Media hora después ya estábamos en el avión, y en media hora más, en casa.
Haber tenido contratiempos el segundo día fue lo que hizo que disfrutáramos todo lo demás, que valoráramos cada segundo. En ocasiones nuestras expectativas no calzan con la realidad, pero nos fuimos con la certeza de que las cosas no pasarán como queramos, sino como deben ser.
Jessymar Daneau Tovar (@letroupe)
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